martes, septiembre 30, 2008

Karel Hynek Mácha

El primer gran poeta

Cada hombre amaría al otro
si lo comprendiera, si pudiera echar
una mirada hacía sus adentros.
(Karel Hynek Macha)


 Karel Hynek Macha nació en 1810 en Praga. En su formación espiritual contribuyeron esencialmente las lecturas de Kollar, de Celakovsky, de Hnevkovsky, de Langer, de los manuscritos falsificados y, en fin, los contactos con Jungmann, todos primeros impulsores de la hermandad eslava, la identidad del pueblo checo y la reconstrucción de la lengua.   
     En el transcurso de su vida penó por la situación de la Corona de Bohemia y, particularmente, por la resignación con que su pueblo soportaba el dominio de los Habsburgo. Esto se convirtió en uno de los motivos inspiradores de su arte: la pena provocada por el contraste entre el esplendor recreado por la fantasía, a través de la contemplación de las reliquias históricas, y la desolación de la realidad contemporánea. Insatisfecho por esta situación comenzó a desarrollar una intensa actividad patriótica y social: junto con algunos amigos se dedicó a la fundación de asociaciones secretas, luchó para elevar la instrucción y la conciencia nacional de sus conciudadanos, alimentó con su entusiasmo el teatro patriótico. Mientras tanto continuó leyendo a sus autores preferidos: Byron, Goethe, Schiller, Tasso, Scott.
     En el transcurso de su vida penó por la situación de la Corona de Bohemia y, particularmente, por la resignación con que su pueblo soportaba el dominio de los Habsburgo. Esto se convirtió en uno de los motivos inspiradores de su arte: la pena provocada por el contraste entre el esplendor recreado por la fantasía, a través de la contemplación de las reliquias históricas, y la desolación de la realidad contemporánea. Insatisfecho por esta situación comenzó a desarrollar una intensa actividad patriótica y social: junto con algunos amigos se dedicó a la fundación de asociaciones secretas, luchó para elevar la instrucción y la conciencia nacional de sus conciudadanos, alimentó con su entusiasmo el teatro patriótico. Mientras tanto continuó leyendo a sus autores preferidos: Byron, Goethe, Schiller, Tasso, Scott. 
Para 1836, cuando cursaba los 26 años, Karel Mácha había aceptado un empleo en el estudio de un abogado en Litoměřice. Una tarde, según acostumbraba, se encontraba paseando en los alrededores de la ciudad cuando vio en el cielo los resplandores de un incendio. Entonces acudió en ayuda a los damnificados. Como consecuencia se enfermó de pulmonía. Algunos días más tarde, después de una complicación visceral, fue llamado a conocer esa larga noche sin tiempo a la que le había dedicado esos hermosos versos que comentamos.

 En el soliloquio nocturno del prisionero, que evoca las circunstancia que lo han llevado al parricidio, el poeta intercala en cierto punto, sus pensamientos sobre la vida y sobre la muerte: sólo la realidad sensible es verdadera, en la ultratumba está la nada, admirablemente expresada por la ausencia de la luz, del tiempo, del espacio y del rumor. En ese fragmento del poema, que aquí presentamos, cuatro versos alcanzan una perfección suprema, si esa sentencia puede ser aplicada a la obra de un hombre. Los que definen la muerte a través del contraste de la noche real, presente, en la que vive Vilén, con aquella que le espera: “Noche tan larga, tan larga noche/ pero otra, más larga, me amenaza”; y aquellos en que se aprecia el transcurrir ante la inminencia de lo eterno, lo infinito, el no despertar: “Silencio profundo. La voz de la gota/ cayendo de nuevo, mide el tiempo”

Su producción literaria que incluye varias poesías (Ensayos de Ignacio Mácha, de 1829), relatos (Los gitanos), algunos cuentos y hasta un fragmento de una novela histórica fue coronada con la culminación del poema épico Mayo, una de las joyas de la literatura checa y el punto de partida de la poesía moderna en Bohemia.

El poema narra la historia de Vilém, que, echado por su padre a temprana edad, se convierte en el "terrible señor de los bosques" y, a la cabeza de un grupo de bandidos, aterroriza a los habitantes de la comarca. En una de sus criminales empresa mata, sin conocerlo, a su padre, que ha seducido a su prometida, Jamila. Por este delito es condenado a muerte y el primero de mayo es conducido a la localidad donde tendrá lugar su ejecución. Al día siguiente es ajusticiado.


Mayo (Fragmento)

"Noche tan larga, tan larga noche...
Pero otra más larga me amenaza.
¡Fuera, pensamiento!" Y la fuerza del horror
supera al pensamiento.
Silencio profundo. La voz de la gota
cayendo de nuevo, mide el tiempo.

¡Oscurísima noche! Aquí en el seno de la noche
al menos el reflejo de la luna, el brillo de las estrellas
puede penetrar, allá sólo sombra vacía,
allá ninguna, ninguna luz,
sólo queda la tiniebla.

Allá todo es igual, no hay partes
todo es infinito, no hay instantes,
no pasa la noche, no surge el día,
el tiempo no existe.
Allá ninguna, ninguna, ninguna meta
sin fin adelante, sin fin sólo.
La eternidad me espera.
Allá, mera vanidad, encima de mí
y alrededor de mí y debajo de mí
el mero vacío bosteza.

Silencio sin fin, ninguna voz.
Lugar sin fin, noche y tiempo.
Este es el mortal sueño del pensamiento
aquel que se llama "nada".

lunes, septiembre 15, 2008

Tres versiones de Pilatos. III

El credo de Pilatos, de Karel Capek
.

Y respondió Jesús: yo para esto he nacido y
para esto he venido al mundo, para dar testimonio
a la verdad. Todo aquél que oye la verdad oye mi voz.
Dícele Pilatos: ¿Qué cosa es la verdad?
Y como hubo dicho esto, salió otra vez a los judios
y dijo: yo no hallo en él ningún crimen.
(Evangelio de San Juan, 18, 37-38)
.
Al anochecer llegó a ver a Pilatos cierto hombre respetable de la ciudad, de nombre José de Arimatea, que también era discípulo de Jesús, y le pidió que le entregase el cuerpo del Maestro. Pilatos lo permitió y dijo:
—Fue crucificado injustamente.
—Tú mismo lo entregaste para que le crucificasen —respondió José.
—Sí, lo entregué —respondió Pilatos—, y además la gente piensa que lo hice por miedo a algunos de esos alborotadores y a su Barrabás. Sólo con que hubiera mandado contra ellos a cinco soldados habrían callado inmediatamente. Pero eso no pude hacerlo, José de Arimatea.
—No se trata de eso —continuó al cabo de un momento—. Pero cuando hablé con él me convencí de que de aquí a poco sus discípulos crucificarán a otros. En su nombre, en nombre de su verdad, crucificarán y atormentarán a otros, matarán otra verdad y alzarán en hombros a otros barrabases. Aquel hombre hablaba de la verdad. ¿Qué es la verdad?
» Vosotros sois una nación extraña que habla mucho. Tenéis fariseos y profetas, salvadores y otros sectarios. Todo el que inventa alguna verdad prohíbe todas las demás verdades. Como si un carpintero que hiciera una nueva forma de silla prohibiese sentarse en las demás sillas que se hicieron antes que la suya. Como si por el hecho de haber inventado una nueva forma de silla quedaran inservibles todas las antiguas. Quizá la silla nueva sea mejor, más bonita y más cómoda que las otras. Pero ¿por qué demonios un hombre cansado no puede sentarse en una silla, sea la que sea, miserable, carcomida o de piedra? Está cansado y roto y necesita descanso. Y entonces vosotros vais y le sacáis a la fuerza de esa silla sobre la que se había sentado para que vaya a sentarse en la vuestra. No os comprendo, José. —La verdad —objetó José— no es como la silla y el descanso. Es más bien como una orden que dice: ve aquí o allá, haz esto o lo otro, derrota al enemigo, conquista esa ciudad, castiga la traición, y cosas parecidas. El que no escucha estas órdenes es un traidor y un enemigo. Así ocurre con la verdad.
—¡Ay, José! —dijo Pilatos—. Si tú sabes bien que soy soldado y he pasado la mayor parte de mi vida entre soldados... Siempre he cumplido las órdenes, pero no porque fueran la verdad. La única verdad era que estaba cansado o sediento, que añoraba a mi madre o alcanzar la gloria; que un soldado piensa precisamente en su mujer, mientras el otro recuerda su campito y su par de bueyes. La verdad es que, de no haber sido por las órdenes, ninguno de esos soldados habría ido a matar a otra gente, tan cansada y tan desgraciada como él. Entonces, ¿qué es la verdad? Creo que me atengo más a la verdad si pienso en los soldados y no en las órdenes.
—La verdad no es una orden del comandante —respondió José de Arimatea—, sino la orden del conocimiento. Ves, sin lugar a dudas, que este pilar es blanco; si yo te asegurase que es negro, sería en contra de tu conocimiento y no me lo permitirías.
—¿Por qué no? —dijo Pilatos—. Me diría que seguramente debías ser terriblemente desgraciado e infeliz si veías negro un pilar blanco. Trataría de distraerte; de veras, me interesaría por ti aún más que antes. Y aunque solamente fuese una equivocación, me diría que en tu equivocación había tanta alma como en tu verdad.
—No es mi verdad —dijo José de Arimatea—. Solamente hay una verdad para todos.
—Y ¿cuál es?
—Aquélla en la que creo.
—Ya lo ves —dijo Pilatos lentamente—. Desde luego, es solamente tu verdad. Sois como los niños, que creen que el mundo termina donde termina su horizonte, y que después no hay nada más. El mundo es grande, José, y en él hay sitio para muchas cosas. Creo que también en la realidad hay sitio para muchas verdades. Mira, yo soy extranjero en esta región y mi patria está más allá del horizonte; y, sin embargo, nunca diría que esta región no está bien y que la mía es la verdadera. Igualmente extrañas me son las enseñanzas de vuestro Jesús, pero ¿tengo por eso que decir que son falsas? Yo pienso, José, que todas las regiones son verdaderas y buenas, pero que el mundo debe ser tremendamente amplio para que todas quepan, unas delante de otras y junto a otras. Si se tuviera que poner Arabia en el mismo lugar en que está Ponto no sería, desde luego, justo. Y lo mismo ocurre con las verdades. Tendría que hacerse un mundo interminable, amplio y libre, para que en él cupiesen todas las verdaderas verdades. Y yo creo, José, que el mundo es así. Si te subes a una montaña muy alta ves las cosas como si estuvieran puestas en orden en la llanura. Desde cierta altura, hasta las verdades se funden. Pero el hombre, desde luego, no vive y no puede vivir en montañas altas; le basta ver desde cerca su casita y su tierra, las dos, llenas de verdades y de cosas; allí está su verdadero lugar, su lugar de acción. Pero, de vez en cuando, puede mirar las montañas o el cielo y decirse que desde allí su verdad y sus cosas existen, desde luego, sin que se le robe nada de ellas, pero que se funden con algo mucho más libre que ya no es su propiedad. Contemplar ese amplio panorama y, al mismo tiempo, cultivar su campito; eso, José, es algo casi como la devoción. Y yo creo que el padre de los cielos de ese hombre en cuestión está de verdad en alguna parte, pero que se entiende a las mil maravillas con Apolo y otros dioses. En parte se compenetran y en parte son vecinos. Mira, en el cielo hay una inmensidad de sitio. Me alegra que esté allí el padre de los cielos.
—No eres ni caliente ni frío —le contestó José de Arimatea—, eres solamente templado. Y se levantó para marcharse.
—No lo soy —le respondió Pilatos—. Yo creo, creo, febrilmente creo que hay una verdad y que el hombre la reconoce. Sería una locura pensar que existe solamente una verdad con el fin de que el hombre nunca la encuentre. La conoce, sí, pero ¿quién? ¿Tú o yo, o quizá todos? Yo creo que todos tenemos nuestra parte en ella; el que dice sí, lo mismo que el que dice no. Si esos dos se unieran y se comprendiesen surgiría de ello la verdad. La negación y la afirmación no se pueden unir, pero la gente sí. Hay más verdad en la gente que en las palabras. Comprendo más a la gente que a sus verdades; pero hasta en eso hay fe, José de Arimatea, hasta para eso es necesario mantener el entusiasmo y el éxtasis. Yo creo, creo absolutamente y sin dudas. Pero... ¿qué es la verdad?

Tres versiones de Pilatos. II

La noche de Pilatos, de Karel Capek
.

Aquel día cenaba Pilatos con su ayudante, el joven teniente Suza, natural de Cirenaica. Suza ni siquiera advirtió que su gobernador estaba silencioso, y contaba entusiasmado que por primera vez en su vida había vivido un terremoto.
—Qué cosa tan graciosa —sonrió mientras comía—. Cuando oscureció, después del almuerzo, salí afuera para ver qué ocurría. En la escalera me pareció que me resbalaban los pies de pronto, sin más ni más... En fin, era cosa de risa. Por mi alma, excelencia, que ni me pasó por la mente que una cosa así pudiera ser un terremoto. Y antes de llegar a la esquina vi que un hombre venía corriendo hacia mí, con los ojos fuera de las órbitas y gritando:
«¡Las tumbas se abren y se resquebrajan las rocas!» Caramba, me dije, ¿será un terremoto? Hombre, murmuré, vaya suerte que tienes. ¡Esto es un fenómeno de la naturaleza poco frecuente! ¿No es verdad?
—Una vez vi un terremoto... —dijo Pilatos—. Fue en Cilicia. Espera... hará de esto unos diecisiete años más o menos. Aquella vez fue mucho mayor que éste.
—En realidad esta vez apenas ha ocurrido nada —exclamó Suza despreocupado—. En la puerta que da hacia el Gólgota se resquebrajaron un poco las rocas, sí; y en el cementerio se abrieron un par de tumbas. Me extraña que aquí entierren tan a flor de tierra, todo lo más a un codo de profundidad. Por eso apesta tanto en verano...
—Costumbres —gruñó Pilatos—. En Persia ni siquiera los entierran. Colocan el cadáver al sol, y ya está.
—Eso debería estar prohibido, señor —opinó Suza—. Por cuestiones de higiene y otras.
—Prohibir... —murmuró Pilatos—. Entonces tendría que estar uno siempre ordenando o prohibiendo... Esa no es buena política, Suza. Mejor es no mezclarse en sus asuntos, y así por lo menos hay paz. Si quieren vivir como animales, ¡que Dios les valga! ¡Ay, Suza, yo he visto ya tantas tierras en esta vida!
—Lo que me gustaría saber a mí —volvió de nuevo Suza al asunto— es cómo se produce un terremoto de ésos. Quizá hay algunos agujeros bajo tierra que se mueven de vez en cuando. Pero ¿por qué al mismo tiempo se oscureció tanto el firmamento? Eso no lo puedo comprender. Si esta mañana el día era tan claro, tan corriente...
—Pido perdón —exclamó el viejo Papadokitas, griego Dodecaneso que les servía—. Eso podía ya esperarse desde ayer, señor. Había una puesta de sol tan roja que yo le dije a la cocinera: «Miriam, mañana habrá tormenta o un ciclón.» «A mí me duelen los riñones», me contestó Miriam. Algo podía esperarse, señor; os ruego que me perdonéis.
—Algo podía esperarse... —repitió Pilatos pensativo—. ¿Sabes, Suza? Yo también esperaba algo. Desde la mañana, cuando les entregué a ese hombre de Nazaret (tuve que entregárselo porque la política romana consiste básicamente en no inmiscuirse en asuntos locales; recuérdalo siempre, Suza. Cuanto menos tenga que ver la gente con los poderes estatales, mejor los soporta.) ¡Por Job! ¿Qué te estaba diciendo?
—Lo de ese hombre de Nazaret —le ayudó Suza.
—Sí, el hombre de Nazaret. ¿Sabes, Suza? Yo tenía cierto interés por Él. En realidad, había nacido en Belén, por lo que creo que los naturales de aquí han cometido un error judicial. Pero eso no es asunto mío... Si no se lo hubiera entregado, lo habrían despedazado de todos modos y habrían culpado a la administración romana del hecho. Pero espera, esto no viene al caso ahora. Me dijo Anas que era un hombre peligroso, que cuando nació llegaron unos pastores a Belén y se postraron ante él como ante un dios. Y no hace mucho la gente lo recibió aquí como a un triunfador. A mí no me cabe en la cabeza, Suza... Yo había esperado...
—¿Qué esperabais? —le recordó Suza al cabo de un momento.
—Que quizá vendrían sus amigos de Belén, que no le iban a abandonar así, ahora, aquellos intrigantes. Que vendrían a verme y me dirían: «Señor, ése es de los nuestros y tiene gran importancia para nosotros. Hemos venido a decirte que somos sus partidarios y que no dejaremos que se le maltrate.» Suza, yo hasta deseaba que hubiera venido esa gente de las montañas. ¡Ya estoy harto de estos charlatanes y tramposos de aquí! Y yo les habría dicho: «Gracias a Dios, gente de Belén, que habéis venido. Os estaba esperando. Por Él, y también por vosotros y por vuestra tierra. Con trapos en los bastones no se puede gobernar. Se ha de gobernar con hombres, y no solamente con palabras. De gente como vosotros se hacen soldados que nunca se rinden; de gente como vosotros se hacen naciones y Estados. Me han dicho que vuestro paisano resucita a los muertos; por favor, ¿qué se puede hacer con los muertos? Pero vosotros estáis aquí y veo que ese hombre también consigue resucitar a los vivos, que les inculca algo así como fidelidad y honor y... Nosotros, los romanos, le llamamos a eso «Virtus» —no sé cómo se dirá en vuestra lengua, gente de Belén, pero vosotros lo tenéis. Creo que ese hombre podría hacer algo bueno. Sería una lástima que muriera.» Pilatos calló y se puso a recoger, nervioso, las migas de pan de la mesa.
—¡Qué le vamos a hacer! No vinieron —gruñó—. ¡Ay, Suza, qué cosa tan inútil es gobernar!

Tres versiones de Pilatos. I

Crucifixión, de Karel Capek
.

Y llamando Pilatos a Nahum, hombre de ciencia y conocedor de la historia, le dijo: —Nahum, me Y llamando Pilatos a Nahum, hombre de ciencia y conocedor de la historia, le dijo: —Nahum, me sabe muy mal que a vuestra nación se le haya metido en la cabeza crucificar a ese hombre. ¡Que os parta un rayo! ¡Es una injusticia...! —Si no hubiera injusticias, no habría historia —respondió Nahum. —No quiero tener nada que ver en este asunto —dijo Pilatos—. Diles que reflexionen un poco más. —Ya es tarde —contestó Nahum—. Yo, desde luego, sigo el curso de los acontecimientos solamente por los libros, y por eso no he ido al lugar de la ejecución. Pero hace un momento ha llegado la mujer que me hace las faenas, y me ha contado que lo han crucificado y que pende entre dos hombres: el de la derecha y el de la izquierda. Y Pilatos se entristeció, se cubrió el rostro con las manos y guardó silencio. Al cabo de un momento, dijo: —No hablemos más de ello. Pero, por favor, dime: ¿qué habían hecho el hombre de la derecha y el de la izquierda? —No te lo sabría decir —exclamó Nahum—. Unos dicen que son ladrones y otros que son una especie de profetas. Según puedo juzgar por la historia, seguramente se dedicaban a hacer política. Pero no me cabe en la cabeza que la nación los haya crucificado a los dos a la vez. —No te comprendo —dijo Pilatos. —Pues bien —contó Nahum—. A veces la gente crucifica al de la derecha, y otras al de la izquierda. Siempre ha sido así en la historia. Cada tiempo tiene sus mártires. Hay épocas en que es encarcelado o crucificado el que lucha por su nación, y otras veces le toca a aquél que dice que hay que luchar por los pobres y los esclavos. Los dos se turnan y cada uno tiene su época. —¡Ah! —dijo Pilatos—. Así que vosotros crucificáis a todo el que intenta hacer algo bueno... —Más o menos —dijo Nahum—. Pero esto tiene sus inconvenientes. A veces se diría que la gente tiene más odio contra las personas que contra lo que predican. A la gente se la crucifica siempre por algo grande y hermoso. Al que le toca ir a la cruz, ofrece su vida por una idea grande. Pero el que lo cuelga en ella y le clava los clavos es malo, salvaje y demasiado desagradable a la vista. La nación, Pilatos, es algo grande y hermoso. —Por lo menos la nuestra, la nación romana —contestó Pilatos. —Y la nuestra también —dijo Nahum—. Pero la justicia para los pobres también es una cosa bella. Sólo que esa gente podría ahogarse de rabia y envidia por las cosas grandes y hermosas. Y los demás van una vez con éstos y otra con los otros, y siempre ayudan a crucificar al que le toca el turno. O solamente miran y se dicen: «Le está bien empleado, debería haber ido con los nuestros.» —Entonces —dijo Pilatos— ¿por qué crucifican al que está en el medio? —El caso es éste —le contestó Nahum—. Si gana el de la izquierda, crucifica al de la derecha, pero antes aún al del medio. Si gana el de la derecha, crucifica al de la izquierda, pero antes también, al del centro. Desde luego, puede suceder que haya cierta confusión y lucha. Entonces el de la izquierda y el de la derecha crucifican al del medio porque no se decidió a ir ni con uno ni con otro. Si subes a la terraza de tu casa verás el Monte Gólgota. Odio a la derecha, odio a la izquierda, y, entre ellos, a Aquél que lo quiso arreglar todo con amor y sentido común, como de El se dice. Y además, verás una multitud que está contemplándolo todo, mientras come la merienda que ha llevado consigo. Parece que oscurece. Ahora van todos a galope a casa por miedo a mojarse los vestidos. Y cuando sonó la hora sexta, el mundo oscureció hasta la hora novena. A esa hora clamó el del medio con voz potente: «¡Padre mío, Padre mío!, ¿por qué me has abandonado?» Y el velo del Templo se partió en dos, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron. sabe muy mal que a vuestra nación se le haya metido en la cabeza crucificar a ese hombre. ¡Que os parta un rayo! ¡Es una injusticia...! —Si no hubiera injusticias, no habría historia —respondió Nahum. —No quiero tener nada que ver en este asunto —dijo Pilatos—. Diles que reflexionen un poco más. —Ya es tarde —contestó Nahum—. Yo, desde luego, sigo el curso de los acontecimientos solamente por los libros, y por eso no he ido al lugar de la ejecución. Pero hace un momento ha llegado la mujer que me hace las faenas, y me ha contado que lo han crucificado y que pende entre dos hombres: el de la derecha y el de la izquierda. Y Pilatos se entristeció, se cubrió el rostro con las manos y guardó silencio. Al cabo de un momento, dijo: —No hablemos más de ello. Pero, por favor, dime: ¿qué habían hecho el hombre de la derecha y el de la izquierda? —No te lo sabría decir —exclamó Nahum—. Unos dicen que son ladrones y otros que son una especie de profetas. Según puedo juzgar por la historia, seguramente se dedicaban a hacer política. Pero no me cabe en la cabeza que la nación los haya crucificado a los dos a la vez. —No te comprendo —dijo Pilatos. —Pues bien —contó Nahum—. A veces la gente crucifica al de la derecha, y otras al de la izquierda. Siempre ha sido así en la historia. Cada tiempo tiene sus mártires. Hay épocas en que es encarcelado o crucificado el que lucha por su nación, y otras veces le toca a aquél que dice que hay que luchar por los pobres y los esclavos. Los dos se turnan y cada uno tiene su época. —¡Ah! —dijo Pilatos—. Así que vosotros crucificáis a todo el que intenta hacer algo bueno... —Más o menos —dijo Nahum—. Pero esto tiene sus inconvenientes. A veces se diría que la gente tiene más odio contra las personas que contra lo que predican. A la gente se la crucifica siempre por algo grande y hermoso. Al que le toca ir a la cruz, ofrece su vida por una idea grande. Pero el que lo cuelga en ella y le clava los clavos es malo, salvaje y demasiado desagradable a la vista. La nación, Pilatos, es algo grande y hermoso. —Por lo menos la nuestra, la nación romana —contestó Pilatos. —Y la nuestra también —dijo Nahum—. Pero la justicia para los pobres también es una cosa bella. Sólo que esa gente podría ahogarse de rabia y envidia por las cosas grandes y hermosas. Y los demás van una vez con éstos y otra con los otros, y siempre ayudan a crucificar al que le toca el turno. O solamente miran y se dicen: «Le está bien empleado, debería haber ido con los nuestros.» —Entonces —dijo Pilatos— ¿por qué crucifican al que está en el medio? —El caso es éste —le contestó Nahum—. Si gana el de la izquierda, crucifica al de la derecha, pero antes aún al del medio. Si gana el de la derecha, crucifica al de la izquierda, pero antes también, al del centro. Desde luego, puede suceder que haya cierta confusión y lucha. Entonces el de la izquierda y el de la derecha crucifican al del medio porque no se decidió a ir ni con uno ni con otro. Si subes a la terraza de tu casa verás el Monte Gólgota. Odio a la derecha, odio a la izquierda, y, entre ellos, a Aquél que lo quiso arreglar todo con amor y sentido común, como de El se dice. Y además, verás una multitud que está contemplándolo todo, mientras come la merienda que ha llevado consigo. Parece que oscurece. Ahora van todos a galope a casa por miedo a mojarse los vestidos. Y cuando sonó la hora sexta, el mundo oscureció hasta la hora novena. A esa hora clamó el del medio con voz potente: «¡Padre mío, Padre mío!, ¿por qué me has abandonado?» Y el velo del Templo se partió en dos, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron.


Tres versiones de Pilatos

Introducción
.

Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén. La sentencia es de Jorge Luis Borges y refiere a las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, pero bien podrían aplicarse a los relatos de Karel Capek que aquí presentamos. Estos relatos, escritos entre la segunda y tercera década del siglo XX y reunidos bajo el volumen titulado Apócrifos también responden a las ideas que el propio Schwob expresaba en su prólogo a aquella obra:
.
El arte es lo contrario de las ideas generales, describe sólo lo individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica. […] Mirese una hoja de árbol, sus nervaduras caprichosas, sus matices que varían con la sombra y el sol, el primer dorado mortal que le imprimió el otoño; búsquese una hoja exactamente igual en todos los grandes bosques de la tierra; lanzo el desafío. No ha ciencia del tegumento de un filíolo, de los filamentos de una célula, de la curvatura de una vena, de la manía de una costumbre, de los arranques de un carácter. […] Eso es lo que no tiene paralelismo en el mundo. […] Las ideas de los grandes hombres son patrimonio común de la humanidad; lo único que cada uno de ellos poseyó realmente fueron sus rarezas. .
Y más tarde:
.
El arte del biógrafo consiste justamente en la elección. No tiene que preocuparse por ser veraz; debe crear sumido en un caos de rasgos humanos. […] El biógrafo, como una divinidad inferior, sabe elegir de entre los posibles humanos aquel que es único. […] Los biógrafos, por desgracia, han creído, generalmente, que eran historiadores y así nos han privado de retratos admirables. .
Esas palabras justifican y promueven los relatos que presentamos. También los que Borges publicara más o menos por la misma fecha bajo el título de Historia universal de la infamia y que según él mismo nos cuenta tiene en el volumen de Schwob una de sus muchas fuentes, aún no señaladas por la crítica.
.
Unir los relatos de estos tres libros para publicarlos en un mismo volumen no sería una idea descabellada. Además de aquél que no halló culpa en el hombre al que entregó a la cruz, otros personajes ha elegido Capek: Napeleón, Hamlet, Atila y Arquímedes son algunos de ellos.
Hace poco, en un comentario sobre los castigos, leí: Sin duda otros lo explicaran bien; no mal, como yo hice. El dictamen explica, promueve y justifica la utilización de las citas. Es esa y no otra la razón por la cual estas son valederas.
.

.