domingo, diciembre 18, 2011

La política y la conciencia, de Vaclav Havel

Recordatorio. -Primera parte.
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Es paradójico: el hombre de la era de la ciencia y la técnica cree que puede mejorar la vida siendo capaz de comprender y aprovechar al carácter complejo de la naturaleza y las lees generales de su funcionamiento; y sin embargo, justo ese carácter complejo y estas leyes le cierran el camino al final y le engañan. Cree poder explicar la naturaleza y dominarla, y como resultado la destruye y se separa de ella. ¿Pero qué espera al hombre fuera de la naturaleza? No olvidemos que precisamente la ciencia moderna va averiguando que el cuerpo humano reprensa de hecho sólo una encrucijada especialmente frecuentada por decenas de millones de “microcorpúsculos” orgánicos y sus increíblemente complicados contactos e influencias mutuas que, juntos, crean ese “megaorganismo” increíble en que esta envuelto nuestro planeta que se llama biosfera.
La culpa no la tiene la ciencia como tal, sino el orgullo del hombre de la era científica. En pocas palabras, el hombre no es Dios y el juego a serlo se venga de él cruelmente. Ha abolido el horizonte absoluto hacia el que se elevaba, ha negado su experiencia “preobjetiva” personal del mundo y ha ahuyentado su conciencia personal al cuarto de baño de la vivienda, como algo íntimo que no importa a nadie más. Se liberado de su responsabilidad como si fuera “un fantasma de la subjetividad”, y en vez de todo ello ha instalado –como lo estamos descubriendo- el más peligroso de los fantasmas: la ficción de una objetividad liberada de la humanidad concreta, una construcción de la comprensión racional del universo, un esquema abstracto de la presunta “necesidad histórica” y para colmo, una visión del “bienestar de todos”, calculable sólo con ayuda de la ciencia y posible de ser obtenida solamente a base de una técnica inventada en los institutos de investigación y hecha realidad en las fábricas industriales y las de la burocracia. Este “hombre moderno” no está preocupado al ver que millones de personas murieron víctimas de esa quimera en los campos de concentración científicamente dirigidos (a no ser que él mismo aparezca en uno de ellos y ese medio le lance dramáticamente de nuevo a su mundo natural): es consciente de que el fenómeno de la misericordia personal con el prójimo pertenece al mundo derogado de los prejuicios personales que tuvo que ceder anta la Ciencia, la Objetividad, la Necesidad Histórica, la Técnica, el Sistema y el Aparato; y éstos no pueden sufrir, simplemente por no ser humanos. Son abstractos y anónimos, siempre eficientes y por ello a priori inocentes.
¿Y en cuánto al futuro? ¡Quien se interesará por él, o incluso sufriría por él, si a ese cuarto de baño de la vida íntima, relativamente el imperio de los cuentos de hadas, se ha llevado hasta la actitud de especie sub aeternitatis! Si el científico moderno estudia para saber qué será en 200 años, se siente tan sólo un observador sin interés personal a quien en realidad le da lo mismo investigar el metabolismo de una chinche, las señales electromagnéticas de pulsadores o las reservas planetarias del gas natural. ¿Y un político moderno? Éste ya no tiene ningún motivo personal para siquiera ocuparse de algo semejante, y menos aún si ese algo pudiera amenazar –en un país con elecciones- sus esperanzas.

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Hoy, 18 de diciembre de 2011, tras lidiar desde hace meses con sus complicaciones pulmonares, se fue de este mundo.