domingo, agosto 11, 2013

Y uno de Neruda

A modo de yapa
Cinco poemas de Holan, en la penúltima publicación, otros cinco de Seifert, en la anterior; siguiendo en la línea compartimos este del gran Neruda, quien prestara su apellido a un inmenso poeta, se hiciera famoso por sus relatos al barrio, destacando sobre todo en la prosa, y fuera anterior a todos ellos. 
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Canciones cósmicas

¡Ay estrellas, himnos radiantes,
os escucho en inflamada santidad:
anunciáis muertes y resurrecciones distantes
pero el alma me la llenáis de bienestar!

Con el corazón todo él henchido
quedo a mano con la inmortalidad.
!Qué necesito yo, ser sin olvido,
si ahora siento la eternidad!

sábado, agosto 10, 2013

Cinco Poemas de Seifert

de arbitraria elección.
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Si no el mejor, el más longevo poeta de Devetsil, y del grupo vanguardista del poetísmo checo,  supo acompañar al siglo con una honda y sutil poesía. De paréntesis similares a Borges (su vida se extendió entre 1901 y 1986) también coincidió con él en su entusiasmo juvenil por las vanguardias, su posterior elección del clasicismo, y un inmenso amor a la patria. 
Tal vez algo de todo eso pueda percibir en los poemas siguientes el curioso lector. 
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Si se enterraran los amores

Si enterraran los amores 
                                    habría aquí un cementerio apacible.
Sin sirenas, nada por ninguna parte.
La isla está vacía.

                          Y el tiempo desgarró ya la música
que agitaba en la sala
el atractivo de los encajes.
Y desgarró también los encajes. Eso lo sabe hacer.
                                                                         Y de sus hilos,
hizo ovillos,
en los que suenan sólo los guisantes
en el gaznate del pato. Así es como se hacían.

De un teatro cercano,
venían aquí, a veces, bailarinas
                                              cuando salían de los ensayos.
Hoy la isla pertenece a la poetisa, como el libro y la rosa. 

Y también las golondrinas,
                                      golondrinas felices,
mientras piaban, ella lloraba.

Era tan jovencita
cuando oyó las sirenas de la vida.
Pero no se hizo atar
ni se puso cera en los oiditos
como aquel cobarde aventurero.

Con alegría corrió a su encuentro,
                                                 y murió por ello.
-¿Y qué hubiera pasado,
                                   me preguntó de pronto mi hijita,
si las golondrinas fueran rosas?

A esta pregunta no supe contestar. 
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El tímido susurro de la boca besada

El tímido susurro de la boca besada 
                                                    que sonríe: por un sí
que hace tiempo no escucho.
                                            Ni tampoco me toca.
Sin embargo quisiera encontrar aún palabras
que estén amasadas
                             de miga de pan.
Pero el pan se ha puesto mohoso
                                                y el perfume amargo.

Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas
y me ahogan
                   cuando quiero asirlas.
Matarlas no puedo,
                            y a mí me matan. 
¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones!
Si pudiera obligarlas a bailar para mí
se quedarían mudas.
                              Y aún cojearían.

Sin embargo sé muy bien
que el poeta está obligado siempre a decir más
que lo que esconde el rumor de las palabras.
Y eso es la poesía.
De lo contrario con la llave inglesa del verso no podría
arrancar el capullo de la melosa envoltura
y obligar al hielo
                         a que os recorra la espalda
mientras desnuda la verdad.
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El rey Herodes

Cuando se llevó a los labios un racimo de uvas
Herodes, el rey asesino de los inocentes,
tenía en las manos horribles huellas de sangre.

¿Qué culpa pesa sobre su alma?
Horribles huellas de sangre tenía usted en las manos
cuando un racimo de uva elevó usted a sus labios.
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Versos de tapiz

¡Praga!
A quien la ha visto una vez por lo menos
su nombre le canta en el corazón
y es ella misma una canción entretejida de tiempo,
y nosotros la amamos.

¡Escuchad!
Mis primeros sueños aún felices
brillaron en sus tejados
como platillos volantes,
y se perdían dios sabe dónde,
cuando era joven.

Una vez apoyé la mejilla
sobre la piedra del viejo muro
del castillo.
En el oído, de pronto,
sentí un retumbar oscuro:
Eran los siglos y su bramido.
Mas las suave y blanda piedra de marga
de la montaña blanca
me susurró al oído amistosamente:
ve, te están buscando.
Canta, tú tienes a quien cantar,
y di la verdad.

Y lo hice y no he mentido
si no es a mis amores
y tan sólo un poquito.
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Ser poeta

La vida ya hace tiempo me enseñó
que la música y la poesía
son en este mundo lo más hermoso 
que puede darnos
excepto el amor.

En una antigua crestomatia,
publicada aún en tiempos del viejo imperio Austrohúngaro,
en el año que murió Vrchlicky*
busqué el tratado que hablara
de poética y de los adornos poéticos.
Luego puse una rosa en un vacito,
encendí una vela
y empecé a escribir mis primeros poemas.

Inflámate, llama de las palabras, y arde
aunque acaso me quemes los dedos.
Una metáfora sorprendente
es más que un anillo de oro en la mano.
Pero ni siquiera la metodología de Puchmajer
me sirvió de nada.
En vano recogía las ideas
y con fuerza cerré los ojos
para poder oír el misterioso primer verso.
En la oscuridad, lugar de las palabras, 
entreví una sonrisa de mujer
y en el viendo cabello ondeantes.

Era mi propio destino
tras el que corrí, tropezando a veces, 
sin respirar,
toda mi vida.


*Poeta nacido en 1853, figura central del grupo Lumir, que influyó en la apertura a las letras europeas, y concretamente a las francesas, de la poesía checa.