sábado, noviembre 09, 2013

Tríptico de Havel. 3.

Después de Kafka y Hasek, por Martin Esslin

El Divadlo na Zabradli (El Teatro de la Tribuna) es uno de los centros de vanguardia de la Europa de hoy: es una salita improvisada en una vieja alcaldía del corazón de la vieja ciudad de Praga. El teatro tiene una capacidad de apenas 200 espectadores, y el escenario es pequeñísimo. Aquí constituyó Ladislao Fialka, en 1958, su compañía de mimo hoy famosa en todo el mundo; en 1959, críticos, directores, teóricos del teatro y el traductor de Brecht, Ian Grossman, se unieron en torno a este teatro como impulsores de un verdadero teatro dramático. En 1960 Vaclav Havel, un joven que entonces apenas había cumplido 24 años, ayuda a Grossman en calidad de dramaturgo y potencial autor dramático. De esta manera se creó uno de los equipos más notables que operan actualmente en el campo del arte dramático en Europa; Grossman, alto, de mediana edad, severo, y al menos aparentemente cargado de preocupaciones; Havel, que tiene ahora 30 años parece no tener más de diecinueve, bajito y de aspecto angelical, regordete y jovial. En torno a estos dos personajes se reunió un grupo de actores, escenógrafos, fotógrafos y músicos entusiastas particularmente dotados. Y un público igualmente entusiasta. 
La apariencia de brillante alegría de Havel es ilusoria: innegablemente, sus comedias son divertidas, pero contiene un poso de pesimismo y desesperación. Se componen de una mezcla de sátira política, imágenes absurdas de situaciones humanas, parábolas filosóficas y sarcásticas, humor negro. Kafka y Hasek, que difícilmente pueden dejarse de tener en cuenta en Praga, están siempre presente en sus comedias, como dos almas gemelas protectoras.
Lo que Kafka trataba de describir era la angustia metafísica del hombre frente al misterio de la existencia: la incapacidad del hombre de saber de dónde viene, a dónde va y qué tipo de misión le ha sido encomendada. Para Kafka se trata no del peso de la culpa del creyente que ha pecado contra normas éticas claramente definibles, sino de un peso mucho más terrible: la absurda consciencia de haber pecado contra la ley ignorada, con el añadido de la sensación de que la simple presencia del hombre sobre la tierra, su sola existencia, ya constituye un pecado original. Muchos otros escritores han intentado definir el eterno dilema; Kafka encontró en la particular atmósfera de Praga el ambiente ideal para expresarlo. La antigua y mística ciudad, con sus calles tortuosas y sus leyendas fantásticas de un emperador alquimista y del viejo rabino que creó un hombre, el Golem, de un puñado de barro; Praga, que ha sido casi siempre sede de una burocracia compacta gobernadora de una población oprimida, incapaz de comprender el fin y significado de las leyes  ordenamiento que debía obedecer. Con estos elementos Kafka construyó una imagen de la angustia humana frente a los misteriios de la existencia, una imagen que era al mismo tiempo visionaria y concreta, fantástica y real. La temática de Kafka es universal; su lenguaje, simbólico, se lo prestó Praga, su atmósfera y su historia.
El soldado Svejk de Hasek, es a la vez localista y universal. También en ella encontramos la reacción de los checos ante la estúpida e incomprensible violencia ejercida por una jerarquía ignorante y tozuda; ante la idiotez de sus opresores Svejk reacciona tomando sus órdenes al pie de la letra y con la máxima seriedad, y siguiéndolas hasta el final en sus más mínimos detalles. 
Vive, a la manera de los héroes torturados y atormentados de Kafka, en un mundo que es absurdo, y a cuya absurdidad trata de poner fin llevándola al extremo, hasta sus límites, hasta el punto en que la misma absurdidad se ve compelida a desplomarse por colapso. En alguna parte en lo profundo de su alma, alberga en efecto la débil esperanza de que este derrumbamiento deje lugar a un pensamiento más racional. 
La esperanza de Svejk nunca se hizo realidad: El Impero austro-hungaro se derrumbó, pero después de un breve respiro, en condiciones de existencia relativamente tolerables, el poder volvió de nuevo a las manos aún más vergonzosas, si cabe, de Heidrich y Hitler, y después a las del estalinismo. Ante este sucederse de situaciones cada vez más absurdas, la reacción popular de los checos se hizo más obstinada, más amarga y más sufrida que la de Svejk. En las obras de Havel esta actitud es más claramente perceptible: en un mundo violento y absurdo, dirige su naturaleza hacia una lógica que sólo en apariencia es absurda, montando una maquinaria de brutal y, sin embargo, lógica absurdidad. 
En Fiesta en el jardín se admite la lógica del siguiente dilema: un gobierno que pide al "Ministerio de Inauguraciones" que liquide al "Ministerio de Liquidaciones", no puede liquidar al "Ministerio de Liquidaciones" desde el momento en que sólo el "Ministerio de Liquidaciones" puede proceder a la liquidación del "Ministerio de Liquidaciones", y por tanto para poder liquidar al "Ministerio de Liquidaciones" debe no liquidar el "Ministerio de Liquidaciones". Incluso en Memorandum encontramos un dilema idéntico: la orden de liquidar una nueva lengua oficial, redactada en esa nueva lengua, no puede ser realizada correctamente desde el momento en que está escrita en una lengua cuyo significado escapa al burócrata oficial. Havel empieza pues, situaciones de clara inspiración Svejkiana, pero sus bases son de un alcance considerablemente más profundo y de evidente inspiración kafkiana. Por ello sería erróneo interpretar el dilema Svejkiano de Havel, únicamente como una sátira contra la idiotez de la burocracia local. La burocracia de la que habla Havel tiene una raíz absurdamente metafísica; implica la absoluta contradicción interior en el mismo ser; el dilema se transifere al uso de la lengua y las paradojas se manifiestan en todas las formas del ordenamiento administrativo. 
Las obras de Havel deben mucho a la atmósfera y al espíritu del gusto por la experimentación del grupo del pequeño teatro "Na Zabradli". Pero seguramente, deben aún maoyr reconocimiento a Ian Grossman, su colaborador y director, y al profundo compromiso del propio Havel con aquel grupo, con el resultado de que el texto se enriquece con la representación escénica. Havel y su teatro deben ser también enormemente gratos a su público. En Europa Oriental se advierte todavía un sentimiento específico de aislamiento (entre otras cosas, es aún muy difícil salir al extranjero, y no tanto por una prohibición de dejar el país, sino sobre todo por las restricciones de moneda extranjera) que hace nacer una curiosidad, un sentimiento de malestar, un sentimiento de necesidad y la adaptación de cuanto se haga en un teatro experimental; cosa que las más de las veces falta en la más escéptica y satisfecha atmósfera de Europa Occidental. Cuando vi representar las comedias de Havel me emocioné profundamente, no sólo por lo que veía sobre el escenario, sino también por el entusiasmo y la conmoción del público.