martes, septiembre 23, 2014

Mateo - R.U.R.: I y II

Tecnología y producción en masa en el teatro de principios del Siglo XX
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I- La impronta del Ford T (Una génesis común).

               Con apenas dos años de diferencia, desde dos lugares periféricos del mundo, y dos ciudades en plena transformación, que se verán involucradas en los procesos culturales de occidente, dos obras de teatro saldrán a la luz enlazadas (principalmente) por la aparición (e invasión) de la tecnología y la producción de masas, que amenazaba con poner al hombre a un costado del mundo.
               En un mismo acontecimiento histórico, el que significará la aparición del Ford T, unos años antes de los estrenos de las obras, en 1908, podríamos observar la aparición de esas dos cuestiones centrales que encausarán la trama de las obras: la producción en masa, con su abaratamiento de costos y producción constante, en R.U.R., (Karel Capek, 1921); la introducción del automóvil como medio de transporte en las ciudades en el caso de Mateo (Armando Discepolo, 1923).
               En ese doble movimiento que genera la aparición del Ford T es desde donde arrancaremos, para ubicar una común génesis de las obras.
               El tópico señalado ocasionará en la trama de ambas obras (en un presagio bastante certero) el desplazamiento del hombre por la máquina. Aunque este no sea necesariamente, el único lazo que las emparente. El uso del humor, la transformación del lenguaje, el ocaso optimista, también serán elementos comunes entre ellas.

II- El lugar desde donde se escribe. Y el acto de nombrar.

               La omnipresencia de la ciudad de Buenos Aires en la pieza de Discepolo (desde la descripción del conventillo, hasta la enumeración de las calles, en esa fuga desesperada de Miguel, descripta en el último cuadro) hace innecesaria una explicación extensa del modo en que la ciudad atraviesa la obra. Sin embargo será interesante recordar algunas de las características que se repetirán en la ciudad de Praga y que, sin duda, ayudarán a entender el paralelismo existente entre las obras.


               Buenos Aires, para el momento en que Mateo es estrenada, ya había sufrido, en concordancia al proyecto liberal de país sostenido por la generación del `37, (que soñaba con una inmigración nórdica europea para la población de los extensos territorios de la pampa y la patagonia y concluyó con la concentración de europeos mediterráneos y peninsulares en la ciudad de Buenos Aires)[1], el primer aluvión inmigratorio. En 1880, la población de 85.000 habitantes que había en 1852, pasó a ser de 1.224.000 para 1909. De esa cifra un 42,7%, casi la mitad, pertenecía al cúmulo de inmigrante, compuesto en su mayoría por italianos y españoles, pero también por judíos, turcos, y vascos, entre otros.[2]                     

               En Praga, en tanto, para el estreno de R.U.R., las culturas checa, judía y alemana (sin contar otras etnias menores) se tensaban en una ciudad multicultural:


               En los albores del siglo XX, residían en Praga cuatrocientos quince mil checos, diez mil alemanes y veinticinco mil judíos, de los cuales catorce mil se expresaban corrientemente en checo y once mil en alemán. La minoría alemana, judíos y no judíos, pertenecían en su mayoría a una burguesía acomodada.[3]
              
               (…). En realidad, la mayoría de los habitantes de Praga, sobre todo los de círculos comerciales, hablan checo y alemán. El alemán también se entiende en hostales, restaurantes y grandes tiendas; cocheros, criadas y botones comprenden en general el alemán sólo lo justo para emplearlo en su relación con sus clientes extranjeros.[4]
              
               Lo paradójico, en este vínculo entre Praga y Buenos Aires, será que en la ciudad checa, inversamente a lo que sucediera en Argentina, el grupo local (es decir, los checos) constituirán los sectores proletarios, rol que en la Buenos Aires de Mateo cumplirán los inmigrantes.[5]
           El resultado de esta heterogeneidad cultural será, tanto en una como en otra ciudad, la convivencia de dos o más lenguas en un mismo lugar geográfico. Evidenciada en la propia escritura del Mateo, la conformación del cocoliche, esa mezcla de dialectos italianos con el español local, marcará fuertemente la construcción de la obra.  

               A pesar de las rivalidades que separaban a los inmigrantes entre sí (italianos y españoles) o a inmigrantes y criollos, la convivencia estrecha del conventillo y las miserias compartidas, disolvieron el aislamiento social.
               La lengua sufrió profundos cambios. Cada grupo étnico, urgido por la necesidad de comunicarse, se lanzó a hablar una media lengua mezcla de su idioma vernáculo y castellano, que convirtió a la ciudad en una segunda Babel. Este pandemónium lingüístico se convirtió en fuente inagotable de comicidad del teatro de la época.[6]


               En R.U.R. la convivencia de lenguas no se marcará en la propia escritura, como el caso anterior, pero sí en la flexibilidad del lenguaje, a través de los nombres de cada personaje (que se encontrarán íntimamente vinculados a ellos, a través de su oficio o su carácter) y, especialmente, a través de su propio título, que descubrirá para siempre una de las palabras más universales y repetidas del siglo XX y XXI.
              
               Estas singulares circunstancias lingüísticas fueron la expresión específica del cosmopolitismo praguense: “La lengua checa –escribe Ripellino-, soportaba un hormigueo de locuciones alemanas y, por otra parte, a pesar de las muecas desaprobatorias de los charlatanes puristas, resultará siempre más válida la frase del poeta Frantisek Gellner: `A menudo, un buen germanismo es hoy más checo que una frase antigua´. A su vez, en el Prager Deutch, ´papierenes Buchdeutch´, abundaban los bohemismos. Existían, también, un Kleinseitner Deutsch (alemán de la Kleinseite, es decir de la Mala Strana) sobre el que Kisch hilvanó divertidísimas páginas, y un checo-alemán macarrónico y muy torpe de Pavlác y de cocina, y una variante praguense del yiddish, el Mauscheldeutsch.” [7]


               La experimentación de la lengua, entonces, se encontrará impulsada por las propias transformaciones cotidianas que las lenguas maternas de ambos autores vienen desde hace años sufriendo, y si bien reflejadas de distintas maneras en cada obra, esa experimentación estará presente, siendo consecuencia, tal como lo hemos visto del común multilingüismo y cosmopolitismo que sus ciudades presentaban.
               Por demás ambos títulos trascenderán las propias obras, para pasar de ser, meros títulos literarios, a palabras a través de los cuales se denominan objetos. Y si partir de la obra con el término “Mateo” se comenzará a designar a los carros tirados a caballo en la Argentina. La palabra “Robot” se universalizará irrefrenablemente, incorporándose, prácticamente a todos los diccionarios de occidente, para señalar la inteligencia artificial de apariencia humana.




[1] “Cerca de de la mitad de los inmigrantes permaneció en Buenos Aires. No precisamente porque lo desearan así, como muchas veces se ha expresado. (…). Entre 1880 y 1890habían entrado al país de 100.000 a 200.000 extranjeros por año, que supuestamente iban a ser absorbidos por el agro, pero la estructura rural argentina no lo permitió. (…). Sin tierras para explotar y sin instrumentos de labranza para cultivarlas (…) debieron permanecer en la ciudades, Buenos Aires y Rosario, sobre todo”. Pelletieri, Osvaldo: Testimonios culturales argentinos. La década del 10. Pág. 6. Ediciones Belgrano, Buenos Aires. 1980.  
[2]  Datos extraídos de El grotesco criollo: Discéplo-Cossa. Pág 20. En introducción a cargo de la Prof. Irene Pérez. Ediciones Colihue, Buenos Aires. 2007.  
[3] Runfola, Patrizia: Praga en tiempos de Kafka. Pág. 17. Editorial Bruguera, Barcelona. 2006.
[4] Griebens Reiseführer Prag (Guía de Praga), 1911. Citado en Sallfellner, Harald: Franz Kafka y Praga. Pág. 9. Editorial Vitalis, 1999.
[5] “La mayoría de los checos pertenecía a un proletariado humilde, del que provenían las bondadosas niñeras que criaban a los párvulos de las familias alemanas pudiente”. Runfola, Patrizia: Op. Cit. Pág. 18.
[6] El grotesco criollo: Discéplo-Cossa. Pág 21. En introducción a cargo de la Prof. Irene Pérez. Ediciones Colihue, Buenos Aires. 2007
[7] Runfola, Patrizia: Op. Cit. Pág. 20.

miércoles, septiembre 17, 2014

La importancia del vínculo

Apoyada en dos reflexiones de Tomas G. Masaryk*
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Vemos el estado del mundo y nos resulta difícil enorgullecernos. Los daños causados por el hombre al planeta, a los animales, a los bosques, a sí mismo, saltan por doquier para dejar en evidencia que hay algo que está torcido, hay algo que debemos de estar entendiendo mal.
Michael Ende afirma que entre fines del Siglo XIX, algo se rompió para siempre: 

Todo cambió con el comienzo de la modernidad. Por aquellos tiempos, el moderno intelectualismo empezó a desbancar en todos los campos a la vieja espiritualidad de Europa. En sus distintas manifestaciones -las ciencias «objetivas» de la naturaleza, con su posterior aditamento de técnica de industria por un lado, y unas ciencias del espíritu y una teología que se diluyen cada vez más para transformarse en secas abstracciones, por otro- extirpó con fogoso celo los últimos restos de las imágenes antropomórficas, o sea, afines al hombre, que aún existían del universo. En el siglo XIX su triunfo fue total: la imagen del mundo se había vuelto literalmente inhumana

A partir de esa imagen se crea un problema radical en el hombre, pues ¿cómo puede alcanzar la felicidad alguien que vive en un mundo que ya no tiene absolutamente nada que ver con él? ¿Cómo sentirnos esenciales, trascendentes, en un mundo en el cual tenemos fecha de vencimiento (nosotros como individuos, pero también como especie) sabiendo que no quedara luego de nosotros ni de nadie memoria alguna? Nos cuesta sentirnos satisfechos y realizados cuando vivimos convencidos de que a todo aquello que nos rodea y nos contempla (las estrellas, el sol, los mares) (y nos sobrevivirá) les somos indiferentes. Despertados (sin que se nos haya consultado nunca, sin nuestra opinión) en un mundo ajeno, impuesto, lleno de maldad, horrores y muerte ¿Dónde encontrar la belleza en un mundo cuyo fin es la podredumbre y la frialdad última? Nuestras acciones se vuelcan en una desesperada búsqueda de los placeres y las satisfacciones que consigan hundirnos profundamente en el aquí y ahora, para que de esa manera, sumergidos en el presente, podamos perder de vista, aunque sea por unos instantes, la concepción que tenemos del mundo. (Y de ese futuro, en el que nos aguarda una muerte que terminará con la historia). Sin que haya barrera alguna que debamos respetar, pues el mundo ha dejado de tener con nosotros cualquier tipo de vínculo sagrado, para convertirse simplemente en el lugar del cual abastecernos.
Seguramente no haya cultura, desde el principio de los tiempos, en la que el hombre, en las medidas de sus posibilidades, no haya intentado adornar, decorar, apropiarse de los lugares en los que ha residido (no importa si se tratase de la más ampulosa casa, o de la más humilde de las habitaciones). Arreglamos nuestros hogares de manera que nos reflejen e identifiquen, para intentar que nos devuelvan, al fin de cada jornada, una imagen reconfortante de lo que somos y en lo que creemos. En la personalidad de Masaryk parecería manifestarse una idea acorde a la necesidad de que, tal como lo hacemos con los espacios físicos, también volquemos sobre el mundo un mecanismo que nos permita vincularnos con el universo de una manera íntima y personal, otorgándole a este una imagen que también nos reconforte y nos recuerde a nosotros mismos. Esa imagen, sin embargo, no puede estar desligada a la razón, porque entonces dejaría de ser convincente, ni debe dejar de ser íntima, ya que lo contrario (aceptar una religión dogmática) equivaldría a aceptar la existencia de dos individuos que buscasen la devolución de una misma e idéntica imagen. Es decir la existencia de dos personas completamente iguales. Únicamente, agregaremos aquí, ante la idea de un universo del que nos sintamos participes, y al que observemos como propio, con cada uno de sus mundos, sus planetas (el nuestro sobre todo) y los seres que allí habitan; únicamente cuando nos demos cuenta de que somos participes de la construcción de lo que nos rodea aun cuando no queramos, desde el momento en que nos es inevitable darle un sentido y una interpretación a la realidad, es que conseguiremos, quizá, tratar al mundo y a los otros, como quisiéramos que nosotros mismos fuéramos tratados.  

"Quisiera ver a la juventud -decía Masaryk- no aceptar nada a ciegas, estudiar y formarse un juicio independiente". Y de esta manera Masaryk orientaba y formaba la juventud checa en un espíritu nuevo, moderno, europeo, en franca oposición con el espíritu que entonces predominaba en Praga. 
Desde el punto de vista religioso, Masaryk manifestó desde el principio muy claramente su profunda religiosidad, aunque libre de religiones dogmáticas. 
Masaryk combatió siempre el ateísmo del hombre moderno, lo mismo que el abuso de la religión por las iglesias, y ha insistido sobre la necesidad individual y social de una religión, como la fuerza moral esencial que nos conduzca a una nueva vida, a una apreciación más alta de ella, y que nos permita resolver el problema central de la existencia humana, que es el problema de la Eternidad.
En uno de sus discursos pronunciados en el Parlamento de Viena, Masaryk confesó que, en su vida, no había sido ni un solo momento incrédulo; que cree en Dios, que cree en la inmortalidad del alma y que reza el Padrenuestro.
Por otra parte, considera la religión como un hecho personal adquirido por una fe razonada y por una convicción de cada individuo normal y armónico.
(...)
Además, la religión que es adquirida por la convicción y que nos pone frente al problema de la Eternidad, nos conduce a conservar y perfeccionar nuestra alma inmortal en la vida presente, llevándonos también a amar el alma inmortal del prójimo. 
(...)
No es preciso creer en Dios -dice Masaryk-; es necesario formar y reconocer nuestras relaciones con Dios y con el mundo; es preciso vivir bajo el aspecto de la vida eterna y es preciso en este mundo cumplir la voluntad de Dios y ejecutar con plena conciencia el deber que se impone a cada individuo y a cada nación por la Providencia."

Vlastimil Kybal, autor de los párrafos citados, cierra afirmando que Masaryk por sus ideas y su propio ejemplo (...) despertó el espíritu religioso y moral, y excitó a la nueva generación a formarse una concepción de vida seria, libre a la vez del escepticismo frívolo y de la credulidad mecánica. 

En efecto, no hay una credulidad más mecánica que la de aceptar una fe y una ética que no nos pertenecen porque se nos imponen y no hemos construido; ni un escepticismo más frívolo que aquel que insiste en aplicar a la existencia humana un mecanismo racional (el científico) que es incapaz de probar la existencia de todo lo que se encuentra por fuera de sí mismo (ni la del amor, ni la de la esperanza, ni de la Dios. Ni siquiera la de nuestro propia -y no por ello para nosotros menos cierta- existencia y realidad).    


*Difícilmente exista a lo largo del siglo XX una personalidad checa más destacada que la de Tomas G. Masaryk, ideólogo y padre fundador de la República Checoslovaca. Aún así, y a modo de guía para desprevenidos lectores, una breve reseña de su figura puede encontrarse en la entrada de la omnisciente wikipedia (aquí) y una algo más extensa, realizada por Radio Praga, (acá).


jueves, septiembre 04, 2014

La fiesta de la insignificancia (Última novela de Kundera)

Alain medita sobre el diálogo.
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Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de Paris. Observaba a las jovencitas que, todas ellas, enseñaban el ombligo entre el borde del pantalón de cintura baja y la camiseta muy corta. Estaba arrobado; arrobado e incluso trastornado: como si el poder de seducción de las jovencitas ya no se concentrara en sus muslos, ni en sus nalgas, ni en sus pechos, sino en ese hoyito redondo situado en mitad de su cuerpo.
Eso le incitó a reflexionar: si un hombre (o una época) ve el centro de seducción en los muslos, ¿cómo describir y definir la particularidad de semejante orientación erótica? Improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la consumación erótica; en efecto, se dijo Alain, incluso en pleno coito, la longitud de los muslos brinda a la mujer la magia romántica de lo inaccesible.
Si un hombre (o una época) ve el centro de seducción femenina en las nalgas, ¿cómo descubrir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: brutalidad, gozo; el camino más corto hacia la meta; meta tanto más excitable por ser doble. 
Si un hombre (o una época) ve el centro de seducción femenina en los pechos, ¿cómo descubrir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: santificación de la mujer; la Virgen María amamantando a Jesús; el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino. 
Pero ¿cómo definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina en mitad del cuerpo, en el ombligo?
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